Es
habitual que cuando una persona supera un trauma profundo, ya sea originado por
una enfermedad, un accidente u otra circunstancia que lo llevó hasta el borde
de la muerte, su forma de enfocar la vida cambie notablemente a raíz del
trauma, y descubra, y ponga de manifiesto, potencialidades que tenía ocultas.
Eugenio
Romualdo Padín García quedó ciego en 1871, cuando tenía 18 años, y salió a los
caminos a buscarse la vida. Hasta entonces había trabajado el campo y cuidado
el ganado, como la práctica totalidad de sus vecinos de Meaño, además de haber
demostrado sus cualidades como carpintero.
El
hijo de dos labradores llamados Ramón Padín y Teresa García, y nieto de Ramón
Padín y Lucía Dozo, por línea paterna, y José García y Pastora Gómez, por parte
de su madre, no tardó en ser conocido por el sobrenombre de ‘O Cego de
Padrenda’ en alusión a la parroquia de Meaño donde nació el día 7 de febrero
del año 1853.
Es
posible que tuviese dotes para la música antes de perder la vista, pero de lo
que no cabe la menor duda es de que cuando dejó de recibir información de
cuanto sucedía en el exterior por medio de sus ojos encontró un vehículo para
comunicarse y atender las necesidades de su familia, ya que se casó con
Ramona Meis y tuvo una hija.
Acompañado de su acordeón comenzó a actuar en
las romerías que se celebraban en localidades próximas, como la de A Virxe das
Angustias (Xil-Meaño), As Cabezas (A Armenteira-Meis) o Santa Cruz de Castrelo
y San Adrián de Vilariño, ambas en en el municipio de Cambados.
También
frecuentó tascas y tabernas, sobre todo aprovechando los días de feria, y era
habitual escucharlo en la taberna de Luis Lage, conocido con el sobrenombre de
‘O paxaro pinto’, por su afición por la música.
No
tardó en demostrar sus grandes dotes como instrumentista y su capacidad para
improvisar unas rimas, «converténdose, paseniñamente, no rei dos trouleos das
festas; a música, de afección pasou a ser o modo de gañarse o sustento,
cambiando radicalmente a vida de Eugenio», expone Manuel Paz Castro en su libro
‘O cego de Padrenda’, editado por la Deputación, en el que está documentado
este reportaje.
En el
verano de 1876 viaja por primera vez a A Toxa. Empezó buscando su clientela
entre quienes acudían a los baños termales y fue así como llegó a trabar
amistad con el Marqués de Riestra, que le abrió las puertas del Gran Hotel y
del Casino, de los que era propietario un personaje de quien se decía que era
el dueño de la provincia de Pontevedra. A lo largo de seis décadas, la isla
grovense fue su destino y el lugar donde permaneció durante la temporada
estival.
Este
salto cualitativo lo llevó a actuar en el Casino de la capital, la torre
de Jaime Solá Mestre, en O Grove, o e en el Hotel Calixto, en Cambados, hoy
convertido en una zapatería, que era entonces el centro de reunión de los
veraneantes. En esta localidad se dejaba ver por el Café Iglesias, donde un día
del año 1910 lo retrató en un cuatro el pincel del rianxeiro Alfonso Daniel
Rodríguez Castelao.
También
participó en las representaciones de A Danza das Espadas de Carril
(Vilagarcía), creada en el Siglo XVI, o con grupos de baile de Dena (Meaño) y
Sisán (Ribadumia). Además del acordeón, tocó la zanfoña, el violín, la gaita y
la guitarra, y compuso coplas.
Convertido
en una figura popular y muy respetada, don Eugenio, como le llamaban sus
vecinos y conocidos, alternaba con la nobleza y el pueblo, y sus
interpretaciones se adaptaban al público que tenía acudía a sus
actuaciones
Una
canción se convirtió en su emblema, se titula ‘O Xan Pirulé’, y como su
contenido podía resultar escandaloso en las fiestas privadas de las damas y
caballeros de la clase alta que lo contrataban, se autocensuraba prolongando
determinadas notas para no pronunciar aquellas expresiones que pudieran
resultar controvertidas.
Eugenio
Padín ofrecía otra versión cuando actuaba en romerías y tabernas, donde le
gustaba hacerse de rogar antes de interpretar el ‘Xan Pirulé’, sabiendo que, de
este modo, las propinas aumentaban. «Estirábase moito e comezaba a cantar cunha
voz grave e chea de malicia», cuenta Ramón Cabanillas. Finalmente, acababa
cediendo, y al grito de «ajarrase as jaltrupeiras», invitaba a la mozas a
bailar y comenzaba la farra.
Su
repertorio incluía desde polkas marchas y piezas solemnes hasta los temas
de la música popular, y en muchas ocasiones usaba la misma base rítmica para
interpretar distintas letras que improvisaba atendiendo las peticiones que le
hacía el público.
A caballo entre dos clases sociales, logró
hacerse una pequeña fortuna, y el patio exterior de su vivienda fue el lugar de
descanso de la paragüeiros y afiladores de Ourense, que llegaban hasta el O
Salnés después de descender O Paraño e internarse por Campo Lameiro y Moraña.
Eugenio
Padín fue un ciego autodidacta y viajero en un tiempo en el que horizonde de la
mayor parte de sus vecinos era muy reducido y no todos los que se hacían pasar
por invidentes lo eran, ya que no pocos impostores se ganaron los favores de la
gente cantando en las puertas de las iglesias.
Dejó de
actuar en la década de los 30 del siglo XX y falleció el día 17 de mayo de
1939. Su tumba se encuentra bajo un olivo.
«Tañe
a difunto en Padrenda/Por agros y corredoiras, tendal de melancolía. /Y llegó
el entierro al atrio./El Abad de capa amarilla/dice en latín los responsos/en
la negra caja rígida/No hay lágrima, muy poca gente,/la honda cueva de
ceniza/huele a mortaja; la campana/sigue sonando... Llovizna/¡Adiós ciego de
Padrenda, júbilo de romerías/viejo acordeón de Lores, de Gil, Combarro y Adina!.../¿Cómo
solloza el paisaje dándote la despedida!/Ciego de Padrenda, ¡adiós!/ ¡que
tengas luz allá arriba!», escribió la poeta Herminia Fariña.