Nueve crímenes, una venganza y un misterio

Antonio Caeiro aborda en un documental un fusilamiento cuyo recuerdo se mantuvo grabado con cruces varias décadas en Baiona.


¿Quién o quiénes grabaron durante varias décadas nueve cruces en un punto de la carretera entre Baiona y A Guarda donde un grupo de guardia civiles y falangistas asesinaron a nueve hombres en el mes de octubre del año 1936?
Cuando fue proclamada la II República, Baiona era una fiesta. Pocos fueron a trabajar aquel día y una muchedumbre inundó las calles para celebrarlo, sonó la música y los más encendidos entraron en la Casa Consistorial, sacaron los cuadros que colgaban de las paredes y los tiraron a la calle por la ventana.
«Estabamos cheos de reis do carallo», comenta Manolo Tourón, uno de los testigos de aquella escena. «Todo eran gritos, todo era baile, todo era cante... e despois, ostias», agrega apesadumbrado. La alegría dura poco en la casa del pobre, puntualiza el narrador del documental ‘A volta dos nove’, dirigido por Antonio Caeiro.
Al golpe de estado del 18 de julio de 1936, los vecinos de los tres concellos de la comarca del Val Miñor, Baiona, Nigrán y Gondomar, trataron de responder a los fascistas valiéndose de un armamento tan escaso como poco efectivo y sin una mínima preparación. «Eses mozos, que non sabían nada de pelexar, así que souberon que o exército viña pola Ramallosa fuxiron cara o monte», recuerda Marina Solla.
Al triunfo de los militares sublevados siguió una feroz represión, cuyo primer objetivo fue la eliminación de todas aquellas personas que tenían una especial ascendencia entre la población. En este grupo figuraban los hermanos José y Luis López Luis, conocidos como Os Ineses. Anarquista el primero y socialista el segundo, ambos habían sido expulsados de Argentina por haber combatido la dictadura en el país sudamericano y se implicaron a fondo en la lucha por la República en España.
Por su casa, situada en Sabarís (Baiona), pasaron republicanos venidos desde diversos lugares de Galicia, vecinos a los que invitaban a tomar el té con pastas y niños que jugaban los domingos en los columpios que habían instalado en un jardín. Quienes los conocieron subrayan que a pesar de ser ateos reprobaban a quienes blasfemaban.


ESPERANTO. También construyeron un sistema de riego para su huerta y Pepe, que fue el principal impulsor de las obras y su vestimenta habitual era mínima, bajaba todas las tardes hasta Sabarís a impartir clases de esperanto, para que sus vecinos supiesen comunicarse en el idioma que los anarquistas querían convertir en cauce de entendimiento universal, sin importar el país en que viviesen.

«Esto estaba todo limpo como un xardín. O traballo que tivo aquel home de poñer pedriñas, unhas enriba das outras», recuerda Eugenio Rodríguez mientras camina por lo que fueron sus propiedades, hoy convertidas en un monte donde crece la maleza.
«Os Ineses era unha familia esmerada á que todo o mundo lle quería», recalca Eugenio Rodríguez, que convivió con ellos cuando era un niño.
Tiempo atrás, una bandera republicana cubría el ataúd de Inés Luis el día que enterraron a la madre de José y Luis, que estuvieron acompañados por una multitud en una ceremonia sin música ni oraciones. «Ese foi o enterro máis bonito que eu mirei en Sabarís e en todos os sitios», agrega Rodríguez.
Cuando supieron que estaban en el punto de mira, se refugiaron en la casa de un vecino, a la que no tardó en llegar el cabo de la Guardia Civil Manuel González Pena, a quien definen como un individuo sin escrúpulos. «Era un sinvergoña, un abusador de mulleres», asegura Cándido Alonso, que vivió en primera persona aquellos acontecimientos.
«O cabo Pena era jorobado», dice Carmen Fernández. «Era un home moi malo. Foi de medo. Pegaba tundas», coinciden Álvaro y Elisa. Manuel Tourón comenta que un día lo agarró por el pelo porque no quiso levantar el brazo y le golpeó con una pistola. «Era cativiño, levanteino en peso e colleu porta», agrega. Jesús Santodomingo afirma que obligaba a su padre, el único chófer de Baiona, a buscar personas que figuraban en su lista de víctimas.
El 13 de octubre de 1936, el cabo Manuel González Pena y los falangistas Luis Refojo Mariño y Emilio Carrera González irrumpieron en la vivienda donde se encontraban Os Ineses. Los dos huyeron después de que José López hubiese herido mortalmente a Refojo de un disparo.
Carabineros, guardia civiles y falangistas fueron en su busca y no tardaron en ser abatidos. Antes habían asesinado a Dolores Samuelle, que atendía la casa, una vez que les indicó la ventana por la que escaparon, y los tres fueron enterrados en la misma fosa con el cuerpo de la mujer entre los de ambos. «Xa foi escándalo iso. Caghondiola. Home, home, o que fixeron... nin polo pensamento», lamenta Alonso.
La venganza del cabo Pena fue inmediata y fulminante. Se llevó del Frontón de Vigo, convertido en una prisión, a nueve hombres elegidos al azar: Manuel Aballe Domínguez, Felicísimo Antonio Pérez Pérez, Elías Alejandro Gonda Alonso, Manuel Francisco Lijó Pérez, Modesto Fernández Rodríguez, Fidel Leyenda Rodríguez, José Rodríguez González, Manuel Barbosa Durán y Generoso Valverde Iglesias. Siete marineros, un herrero y un campesino, cinco de Baiona y cuatro de Panxón, de edades comprendidas entre 36 y 51 años.
En el kilómetro 58 de la carretera Baiona-A Guarda fueron fusilados al amanecer del día 15. La Guardia Civil dio el alto a varios vecinos que se dirigían a Baredo a buscar piedra en carros tirados por vacas, pero no pudieron impedir que escuchasen el estruendo de los disparos.
Desde ese día, y desafiando a la Guardia Civil, que las borraba a diario y vigilaba, manos anónimas pintaron nueve cruces en el lugar donde cayeron. Primero en el suelo y más tarde en una roca. Así es como acabó siendo conocido como A curva dos nove.
Algunos le ponen nombre a su autor, otros comentan que fueron varios quienes las dibujaron, y no falta quien plantea que las víctimas regresaban del más allá para dibujarlas y que no se olvidase el asesinato.
«Esta é unha historia que, de ser coñecida por Bertold Brech, podería ter formado parte da súa selección de cadros ilustrativos do horror baixo o III Reich», escribió Méndez Ferrín.
«Fue el señor González Pena un hombre servicial, de acrisoladas virtudes y dotado de un carácter amable que le granjeó múltiples simpatías y amistades. La hombría de bien, la comprensión y la cordialidad eran en él proverviales», publicó un periódico el día 5 de julio de 1969 con motivo de su fallecimiento, a la edad de 69 años. Entonces era teniente y vivía en la céntrica calle Oliva de Pontevedra.
Quiso el destino que mientras recibía cristiana sepultura, después de que se hubiese celebrado una solemne ceremonia en la iglesia de San Bartolomé, la alegría estallase en el lugar de Baredo, donde sus vecinos celebraban las fiestas parroquiales.










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10/04/2014
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