¿Quién se acuerda?












Fue necesario que un millón de personas se manifestasen durante 24 horas en Ereván para que el Gobierno de la URSS, a la que pertenecía Armenia en el año 1966, promoviese la construcción del parque de la Tsitsernakaberd (Fortaleza de las golondrinas pequeñas). Una estela de 44 metros de longitud apunta al cielo, doce losas de basalto gris representan el número de provincias armenias que pertenecen hoy a Turquía, en cuyo centro arde una llama desde entonces en memoria del millón y medio de víctimas del genocidio cometido por los otomanos entre los años 1915 y 1920. Los nombres de todos los pueblos donde se produjeron matanzas están grabados en un muro.


Un grupo de hombres y mujeres descienden por una de las escaleras, depositan flores, forman una cadena con las manos y cantan una oración en recuerdo de sus antepasados. Proceden de Estados Unidos, un país donde encontraron refugio cuando se produjo la diáspora. Argentina fue otro destino preferente, al igual que Líbano y Francia. Siete millones de armenios viven hoy fuera de su país y tres permanecen en él, el mismo número que cuando tuvo lugar el exterminio. En un bosque crecen los árboles plantados por personalidades de la política, las ciencias o las artes. En la otra cabecera de la amplia explanada situada en la colina del río Hrazdam despunta el Museo del Genocidio.



Es una construcción subterránea, de forma circular, donde están expuestos documentos, fotografías, objetos y declaraciones relacionadas con la matanza. La luz tenue crea un ambiente de opresión similar al que trasmite el dedicado a Franz Kafka en Praga. Los visitantes caminan, leen, observan los rostros de niños famélicos, rostros desencajados, cuerpos congelados por el frío o calcinados por el sol y caravanas de seres humanos conducidos a la muerte, mientras caminan en silencio o hablan en voz baja.


Allí también está el recuerdo de los combatientes que encontraron refugio en Musa Dagh y repelieron a los invasores, protagonizando una heroica resistencia que concluyó cuando comprendieron que Armenia había sido abandonada y ningún gobierno iba a acudir en ayuda de un país secundario en el mapa de la geopolítica mundial y se vieron obligados a huir.


En un restaurante próximo a la catedral de Ecdmiadzin se reúne a comer un grupo de armenios procedentes de Líbano. En una mesa próxima hablan en español: son descendientes de las víctimas que huyeron a Buenos Aires. Desde el patio exterior llega la voz de una mujer que está interpretando una canción. Su voz suena con el fondo de agua cayendo por la cornisa de madera que rodea el jardín. Pero el drama sigue presente: son escasa las familias que no cuentan alguna víctima entre sus antepasados.


«El calor del sol del desierto quemó sus cuerpos escasamente vestidos y sus pies desnudos, mientras caminaban por la arena caliente del desierto sufrieron tantas heridas que miles cayeron y murieron o fueron asesinados donde caían. Así, en pocos días, lo que había sido una procesión de seres humanos normales se volvió una horda tambaleante de esqueletos cubierto de polvo, buscando vorazmente trozos de comida», denunció Henry Morguenthau. Pero nadie quiso escuchar la llamada de auxilio del embajador de Estados Unidos en Turquía. «En un recoveco del río cerca de Erzinghan, los miles de cuerpos muertos crearon una barrera de tal magnitud que el Éufrates cambió su curso aproximadamente cien yardas», dejó escrito entonces.

Poco antes de que la Alemania nazi invadiese Polonia, Adolf Hitler reunió a sus lugartenientes. Ante las dudas que percibió, les hizo una pregunta: «¿Quién se acuerda de Armenia?» Ninguno. Fue el primer genocidio del siglo XX. La mayor parte de los países siguen sin reconocerlo, y aquellos que lo afirmen en Turquía se exponen a acabar en la cárcel o muertos, como Hrant Dink, el director de una revista que fue tiroteado en Estambul en el año 2007. Cada 24 de abril, miles de armenios acuden a la Tsitsernakaberd para recordar que ese día comenzó la masacre.
Nómadas
2/23/2019
0

Comentarios

Buscar

Comentarios

Contacto