Imprescindible Helena


Escuchamos una y mil veces una canción titulada Sueño con serpientes. Sonaba la voz de Silvio Rodríguez en un radiocasete de 5.000 pesetas (30,05 euros). El trovador cubano nos abrió las puertas de los libros de Bertolt Brech, del que nada sabíamos entonces. “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”, recitaba parafraseando al dramaturgo alemán antes de que sus dedos iniciasen el viaje por el mástil de la guitarra.

Recién traspasada la veintena, la vida era para nosotros teoría y ensoñaciones. Cada día era un acontecimiento. Los descubrimientos se encadenaban. La noche de reyes de la infancia nunca había dado paso a mañanas de Scalextrics, pero tampoco nos había faltado un libro ni un tebeo. Nos criamos vistiendo ropa usada, pero siempre sentimos el cariño en nuestras casas. Las comidas dominicales nos reunían en torno a un conejo preparado al horno de una cocina de leña a fuego lento cuando la vida nos iba desperdigando por la geografía.

Con el atrevimiento y la determinación de la juventud, tiramos hacia adelante plenamente convencidos de que el camino sería siempre ascendente. Primeros empleos, algunos tropiezos. Velocidad, vértigo, sensación de inmortalidad y las decepciones que podrían considerarse normales. Aterrizamos suavemente en la edad adulta, sin apenas percatarnos de que a otros, con nuestra misma edad e idéntico derecho a labrarse un camino, se les cerró el paso abruptamente.

La vida nos abrió los ojos y nos percatamos de que las familias no son todas simétricas y armónicas, de que éramos unos afortunados porque un menguado salario nos permitía poner en marcha un proyecto de vida y alimentar las aficiones: libros, discos, viajes… Pero a pesar de que el viento casi siempre soplaba a nuestro favor, no pocas veces nos convertíamos en unos agonías sin razón alguna, bajábamos los brazos ante el primer revés y nos ahogábamos en un vaso de agua.

Me cuesta escribir en primera persona, pero no puedo hacerlo de otro modo porque mientras tecleo me veo charlando con Helena Mariño en la calle Castelao de Vilagarcía de Arousa, frente al pabellón de deportes, apurando los últimos instantes antes de que comenzase la sesión de entrenamientos; hacerse un hueco en la zona, rodeada de rivales, para lanzar a canasta en un pabellón de Logroño, durante el Campeonato de España Juvenil, cuando era cadete, o luchar en la fase de Ascenso a la División de Honor en Burgos o La Seu d’Urgell en edad juvenil.

Caminó por delante de su edad. Y no solo en el deporte. No le quedó otra opción que quemar etapas y asumir responsabilidades que hubieran aplastado a otros.

“Campeona, luchadora, muchas piedras en el camino, pero siempre saltándolas porque, a pesar de todo, tú querías vivir”, escribió Siña Abeijón. “Escribo y tengo en mi mente tu imagen con una sonrisa”. Y quien mejor para definirte que la capitana de un equipo, el Inelga, en el que te forjaste como jugadora.


“Es importante ser muy consciente de dónde vienes para saber dónde vas. Y el Cortegada viene de aquel pabellón de Carril que tantas y tantas veces sudó Helena. No era la más alta, ni la más rápida, ni la más fuerte. Todas esa carencias las suplía con una inteligencia por encima de la media y con una cultura del esfuerzo como santo y seña para saber levantarse de los numerosos golpes que también le fue arreando la vida”, recuerda Antonio Garrido en La Voz de Galicia. 

Además de adelantarse a los movimientos de sus rivales, peleando por hacerse un hueco en la zona con el número ocho en la espalda, supo interpretar en todo momento las claves del competitivo mundo del deporte: ahora apuestan por la base y por las jóvenes y después prescinden de ellas para dejar paso a los fichajes.

Cuando se acaba el dinero y el castillo se viene abajo, apelan a las esencias del club, de la historia, la ciudad… y piden sacrificios y compromiso para levantar otra vez el vuelo. 

Y ahí estaba Helena, siempre puntual en los entrenamientos, rodando miles de kilómetros por la ruta de los pabellones, sin importarle si era para jugar o calentar el banquillo. Después enseñó todo lo que había aprendido en tres décadas de baloncesto. Volvió a ser la aquella joven que acudía ilusionada al pabellón de Carril, siempre con una sonrisa dibujada en su rostro.

"Inés, hola, estamos jugando un partido, ¿Te acuerdas?”, le pregunta a una sus jugadoras. “Hay que ofrecerse”, “Vamos ayudar ahí”, les pide”. Su voz suena en el bullicio del pabellón. Estamos en un tiempo muerto. El vídeo fue elaborado por Rafael Sabugueiro, un vilagarciano que contribuyó a poner en pie un proyecto en los tiempos difíciles, cuando muy pocos creían en el futuro del baloncesto femenino y sin pedir nada a cambio. Se titula ‘Male, la jugadora número 8.’
Es una estampa de la dignidad, de las que luchó toda su vida, de las imprescindibles, que diría Bertolt Brech. “Hoy las palabras no me consuelan, hoy solo puedo pensar que la vida es maravillosa, pero injusta”, lamenta Siña Abeijón. “Ricardo, Lúa, Lois, así era mamá”, subraya en su vídeo de homenaje Rafa. Habrá un mañana luminoso, porque Helena es semilla.


Díxenlle á rula: Pase miña señora!

E foise polo medio e medio do outono 

por entre as bidueiras, sobre o río. 

O meu anxo da garda, coas azas sob o brazo dereito, 

na man esquerda a calabaciña da auga, 

ollando a rula irse, comentóu: 

-Calquera día sin decatarte do que fas 

dices: Pase miña señora! 

e é a alma tua a quen despides como un ave 

nunha mañán de primavera 

ou nun serán de outono. 

(Álvaro Cunqueiro, Díxenlle á rula)


la sombra de los días
11/08/2020
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